El tranquilo y ordenado mundo que
Isaías se ha construido en Barcelona se tambalea con la visita de alguien de su
pasado: Emmanuel, que le convencerá para regresar a Uganda y participar en un
foro que tiene como objetivo la reconciliación histórica del país que abandonó
muy joven para dejar atrás el horror.
«Antes de los años terribles yo era
un niño feliz en ese lugar. La felicidad parecía el estado natural de la vida,
algo tan obvio como que cada mañana salía el sol. Los primeros rayos de luz se
colaban entre las ramas de palma del techo aquella mañana en la que todo empezó
a cambiar.»
El cambio que representa el retorno
desde su negocio de restauración de bicicletas va a suponer un terremoto
emocional para Isaías y un peligro real para él y la mujer a la que ama y que
ha hecho posible su nueva vida. El pasado siempre vuelve y solo enfrentándose a
él y reconciliándose con quien se fue un día, podrá Isaías seguir adelante.
La lectura de esta novela me ha
removido profundamente por la intensidad de los hechos que relata. Se trata de
una obra dura, muy dura, que obliga a mirar de frente la vida de Isaías Loweri
y su participación en la monstruosidad de la guerra civil en Uganda a finales
del siglo XX, el tremendo y vergonzoso drama de los niños soldado. El secuestro
de niños por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) con su líder Joseph
Kony al frente para convertirlos en guerreros y esclavos sexuales golpea las
conciencias y la sensibilidad de los lectores.
El LRA atacó brutalmente la
población del norte del país, obligando a veinte mil niños a unirse a su grupo,
secuestrando a más de cuarenta mil y provocando el desplazamiento de casi dos
millones de personas. Por las denuncias recogidas sabemos que a estos niños,
que fueron arrancados de sus familias y sus aldeas, se les obligaba a asesinar
a sus padres, a modo de iniciación, para no tener hogar al que volver. Se les
hacía trabajar acarreando suministros hasta que caían agotados y desfallecidos
y, para no tener que cargar con ellos, se les dejaba morir o eran asesinados.
Se les utilizaba como señuelos en los enfrentamientos con el ejército y a
aquellos que no se adaptaban o se revelaban, se les cortaba la nariz, las
orejas o los labios y se les obligaba a comer su propia carne.
Las niñas secuestradas no corrían
mejor suerte, convertidas en una especie de “esposas” para el líder y sus
comandantes, aquellas que se negaban eran violadas y asesinadas.
Una novela totalmente recomendable
para tener presente la salvaje barbarie de la que es capaz el ser humano contra
sus semejantes. No apta para personas a las que no les guste que les pongan las
miserias humanas delante de los ojos.
© Julia de Castro
Mi invierno en libros
Enero 2021
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