Existir no es lo mismo que vivir. Y a ella hacía tiempo que se
le había olvidado. Blindó su corazón en el pasado y ahora, cada vez que alguien
se le acercaba, lo expulsaba sin darle tan siquiera la oportunidad de
presentarse. La habían hecho sufrir hacía bastante y el tiempo no le otorgaba
ningún consuelo.
Su cuerpo parecía
albergar un alma marchita y
solitaria que se arrastraba por la vida mientras llevaba a cabo sus
tareas diarias de forma mecánica: trabajar, asearse, alimentarse, hacer deporte
y tener sexo con algún desconocido ocasional.
A veces pensaba que se
había convertido en un maniquí, que nunca volvería a sentir nada e incluso eso
le daba igual. Se dedicaba a ser, sin sentir. Otras, se preguntaba qué razón
había para todo ello. ¿Por
qué seguir adelante? Lo dejó estar, como hacía siempre.
Hasta que lo conoció a
él. O lo recordó, porque fue como si lo conociera desde siempre, como si tan
solo lo estuviera esperando toda su vida. Fue como si hubiera estado metida en una urna toda
la vida y él, con una simple mirada, la había roto en mi pedazos.
Se descubrió pensando en
él a cada momento. Sin poder quitárselo de la cabeza: sus ojos, su sonrisa,
como la dejaba descolocada con sus bromas y comentarios. Durante varios meses apenas podía hablar con él, se
sentía torpe, tímida y ridícula.
Cuando le pidió una cita
él no lo dudó ni un segundo. Por mucho que a ella le sorprendiese a él le
gustaba. Le parecía encantadora. Sintió ganas de gritar de felicidad y entonces
lo comprendió. Lo importante
de la vida no es vivirla en sí, es las personas con las que la compartes.
© MJ Pérez
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