El trabajo de Matilde
-El champagne. Que no se me olvide el champagne.
Abre la despensa, coge una botella de sidra y la mete en la nevera.
-Ya está todo listo-, piensa mientras repasa los últimos detalles. Se dirige al baño y prepara la ducha. Pone gel en la esponja y lo huele. En la perfumería le han dicho que es de nardos.
-¿Olerá de verdad a nardos? dice para sí acercándose el frasco a la nariz.
Se frota despacio la piel con la esponja dejando caer sobre su cuerpo cargado de espuma, el agua caliente. Sale de la ducha, se seca. Suspira profundo. Le gusta el olor que desprende. Con una borla de plumas violeta se empolva la piel del pecho, de los muslos, haciendo hincapié en algunas zonas hasta conseguir un tono nacarado. Después, se pone un tanga de encaje, medias de malla negra, y botas de charol blancas. Luego sobre la cuidada piel de su vientre ata un delantal de color rosa con tiras bordadas, pequeño, muy pequeño. Y por último, se calza una peluca a lo Cleopatra. Cuando se está retocando los labios, le parece oír que llaman a la puerta.
-No puede ser. Es demasiado pronto. Vuelve a sonar el timbre con insistencia.
-Pues sí que está impaciente.
Ahuecándose la melena abre la puerta. Cierra los párpados bordeados por negrísimas pestañas y se inclina hacia delante.
-¿Qué desea el señor?- pronuncia mimosa. A continuación frunce los labios a la espera de un beso.
No obtiene respuesta y abre los ojos. En el descansillo, hay dos señores que con una mano se tapan los ojos. Ambos visten de negro y llevan un sombrero en la otra mano. El mayor, separa dos dedos y la mira entre ellos.
-Buenas tardes, señora. Nos permite mantener con usted una pequeña conversación.
-No creo que sea el momento-, contesta Matilde a la vez que intenta estirar el delantal.
-Verá-, el hombre continúa con los dedos abiertos sobre los ojos, -quizá sí lo sea. Permítanos entrar y hablar con usted un momento.
-La verdad es que… El hombre separa la mano de la cara dejando ver su ansiedad. -Bueno, si no tardan ustedes mucho.
Matilde se da la vuelta y se dirige a la salita. Los dos hombres caminan detrás de su espalda sólo vestida con los tirantes bordados y el lazo rosa que pende de su cintura. Las nalgas, al aire, las lleva protegidas por la goma del tanga, las puntas de la lazada, que se mueven airosas, y las ligas de encaje negro.
-Siéntense-, dice señalando el sofá. -Si no les importa y como tengo bastante prisa ¿me quieren decir rápido eso qué es tan importante?
Los dos hombres sentados en el borde del sofá, le dan vueltas y más vueltas a los sombreros de fieltro negro, sin dejar de mirar el suelo. Comienza a hablar el de más edad.
-Señora, usted no sé si sabe que el Rey Neptuno es el Dios del Agua.
-Perdone, pero no sabía. Y yo creía que era el del Atlético.
-Pues bien, los “Hermanos de la Mar Salada ” hemos construido un templo en esta ciudad.
-Tampoco tenía conocimiento.
-Bien. No importa. Como le decía, hemos construido un templo que está rematado con una imagen del Rey con el brazo levantado sosteniendo su aguja de oro.
-¿De oro?
El hombre hace signos afirmativos.
-¡Oh! La tiene de oro.
-Sí, pero se le está cayendo.
-¡Qué lástima!-, dice mientras se alisa el delantal. -Nadie es perfecto.
-Él es perfecto, señora.
-Si no lo dudo. Aunque ¿sabe una cosa? eso mismo es lo que piensan todos.
-Señora ¿no le parece que hace frío para ir así vestida? Le pregunta el hombre joven con la cara inclinada hacia el suelo, aunque intenta verla a base de levantar las pupilas.
-Ya. Pero no me queda más remedio. Hoy es mi día de trabajo-, contesta sonriente a la vez que recuerda a uno de su pueblo al que se le quedaron los ojos blancos. Decían que de tanto intentar verle las braguitas a las jóvenes.
-¿De verdad que no tiene frío?
-Verá, sólo con imaginarme lo que usted me cuenta, y en lo que está pensando, cómo voy a tener frío.
Matilde pícara, los mira mientras se coloca un tirante. Con el movimiento del brazo la falda del delantal se le desplaza hacia un lado dejando al aire un muslo pálido y regordete.
-Pero vestida así, no cree que además de poder coger un catarro, está faltando al decoro de su familia.
El hombre joven se limpia la frente llena de sudor con el revés de la mano.
-Señor, yo no tengo familia. Sólo tengo a mi marido. Y voy a trabajar para él.
-¿Y él se lo permite? Levanta la cabeza y la mira asombrado.
-¡Ya lo creo! Qué si me lo permite, dice. Si no lo hiciera, no sé que sería de mi matrimonio.
-¡Dios mío! Qué pena-, dice el hombre joven sin conseguir quitarle ojo al pecho que aparece por el lateral del delantal.
-¿Pena? Es un contrato.
-¡Lo hace bajo contrato!
Exclama el hombre mayor que cruza nervioso las piernas inclinándose hacia delante. El joven sitúa las manos entrecruzadas al final del vientre.
-No exactamente. Verá. Mi marido y yo hemos contraído el compromiso de hacernos un trabajito el día de nuestro cumpleaños. ¿Usted me entiende?
El hombre mayor con el rostro cada vez más cerúleo y el joven, cada vez más acalorado, miran el cruce de botas a la vez que dicen que no con la cabeza.
-Que al que le toca, le toca y tiene la obligación de hacerle un trabajito al otro sin que el susodicho se tenga que ocupar de nada.
Matilde nerviosa agita las manos explicativa sacudiendo las redondas caderas fuera del delantal. Un olor a nardos invade la salita.
-Como ve, más que un contrato es un acuerdo.
-¿Y para eso se viste usted así? pregunta azorado el hombre joven.
-¡Hombre! Esta es la noche de mi cumpleaños y si yo no pongo algo de mi parte, pues como él ya va cumpliendo años y no la tiene de oro, ya sabe… Aunque parece ser que hasta las de oro, por lo que usted me cuenta…
El hombre mayor puesto de pie, se abrocha excitado los botones de la levita.
-Qué atrevimiento. Qué falta de pudor. Señora, la vida matrimonial es algo santo, es la unión de dos personas en el amor y el respeto.
-Señor, al respeto me está faltando usted. ¡Con lo que he tenido que pensar! ¡Usted no tiene ni idea de lo que me ha costado encontrar estas botas! Matilde levanta la pierna mostrándole la bota.
-Es una lástima, pero ni siquiera se da usted cuenta de la falta de consideración de su marido ¿Por qué no vienen ustedes a nuestra iglesia? Los hermanos les enseñaríamos lo que es el verdadero amor.
-Pero, ¿usted no se da cuenta de que está llamando desconsiderado a mi marido en su propia casa? Eso sí que es una falta de respeto y una indecencia.
Matilde se levanta y con ella el hombre joven.
-Salgan de mi casa. Lo que tienen es envidia al ver una mujer enamorada que quiere seducir a su marido. Matilde los empuja hasta la puerta que cierra de golpe.
-Vamos que si los dejo-, delante del espejo del hall intenta reparar los desperfectos de su melena. De pronto piensa: ¿Será verdad lo de ése que la tiene de oro? ¡Bah! Exageraciones. Aunque cuentan unas cosas de estos extranjeros…
Muy bueno Malena. Bueno ritmo, narración ágil, argumento confuso y un final con sentido del humor, un humor tan tuyo.
ResponderEliminarCarmen Dorado
MALENA: su secuencia me arrastra hasta "Ninette y Un Señor de Murcia", solo que en versión dramática reducida. No le faltan ingenio y descaro, y eso, hoy día, es moneda de curso legal. A aprovechar lo que el mercado demanda; ese es el camino del éxito al presente.
ResponderEliminarRamón