Entre la calle de
Esparteros y la de Zaragoza, en pleno corazón de Madrid, está la calle de
Postas que cruza en diagonal esa pequeña barriada que abarca Sol y Mayor,
escenario galdosiano de Fortunata y Jacinta. Paseando por ella se siente ese
ambiente, ese “tipismo” madrileño.
Aparece en el plano de
Espinosa y debe su nombre a que en la casa número 32 estaba ubicada la primera
oficina de Correos y Postas que tuvo Madrid. En su fachada había un cuadro de
la Virgen de no escaso mérito, que era de la propiedad de los maestros de
postas.
En documentos del siglo
XVI se dice que allí tuvieron lugar las partidas de las sillas de postas que en
principio consistían en llevar los correos y órdenes reales a uña de caballo para
diferentes lugares de España. Posteriormente ese servicio se hacía en
diligencias, ya que las postas no solo aludían a la comunicación de noticias,
sino también al transporte de viajeros. Nuestro actual Correos, aún se conoce
como Servicio Postal.
Al ser expulsados los
vendedores callejeros de la Puerta del Sol se refugiaron en la calle Postas.
Desde el siglo XIX ésta es la calle de los hábitos por excelencia. Hoy quedan unas
pocas tiendas dedicadas a confeccionar y vender hábitos de todas las Órdenes religiosas.
Posada del Peine |
En esta calle existe un edificio singular, la Posada del Peine, uno de los lugares más pintorescos
de Madrid por sus costumbres. En 1610 Juan Posada abre este establecimiento en
la calle del Marqués Viudo de Pontejos. Dos siglos más tarde pasa a manos de
los hermanos Espinos, quienes la ampliaron con la construcción de un edificio
anexo esquina a la calle de Postas. En 1892 para conmemorar el IV Centenario
del Descubrimiento de América se coronó al edificio con un templete para reloj
que nunca llegó a ponerse quedando el hueco vacío. Cerró sus puertas en 1970. Al morir la última
dueña cedió el edificio a una comunidad religiosa y ésta a su vez la vendió a
la relojería Girod. En 2006 la cadena High Tech abre las puertas de un nuevo
hotel.
Tenía unas 150
habitaciones, las más lujosas con balcón a la calle y las más modestas, sin
ventanas, cuya ventilación se conseguía abriendo la puerta al pasillo. Su
nombre no es casualidad. Sus habitaciones contaban con un peine atado a una
cuerda, como servicio adicional para sus clientes. Este edificio fue objeto
del discurso de ingreso en la Academia de la Lengua de Camilo José Cela.
Fuentes:
Cabezas, Juan Antonio: Diccionario de Madrid. Compañía Bibliográfica Española, S.A. Madrid 1968.
Martín Fernández, Mª Carmen: Invierno 1983/1984. Serie de notas tomadas durante las visitas programadas por la Fundación Villa y Corte. Profesor: Guillermo Fernández Fanjul.
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