Todas las semanas comíamos juntos mi abuelo y yo. Después siempre
jugábamos al ajedrez.
Unas veces usaba las blancas. Otras, las negras. La verdad es que poco
importaba las que eligiera, al final siempre perdía. Pero hubo un día en que
las tornas cambiaron y yo terminé vencedor.
- Jaque mate -dije
Sorprendido mi abuelo miró el tablero.
- No puede ser.
Pero así era y no pude evitar responderle con una sonrisa. La sonrisa de la
victoria. Él era endiabladamente bueno, así que yo había tenido un buen
maestro.
Hoy, aquellas piezas de ajedrez descansan en un armario. Mi abuelo ya se ha
ido, pero yo las guardo, porque sé que llegará un día en que él pueda pedirme
la revancha. Entonces volveremos a jugar entre las nubes y solo, el mejor de
los dos, terminará diciendo: jaque mate.
© David García Martín
Con tan pocas palabras no se pueden poner más sentimientos. Muy bueno David.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por su comentario.
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