François-Marius Granet Jean-Auguste-Dominique Ingres Museo Granet. Aix-en-Provence (Francia) |
Su
silencio era lo más triste de todo. Antes de cruzar el río y atravesar el
puente, se dio la vuelta. El adiós de esa mirada me acuchilló. No podía
apartarme de la ventana. Tarde o temprano tendría que suceder. Se marchó.
Nació
pintor con una capacidad rayana en la genialidad, según mi modesto entender, mas
no fue famoso como otros. Solo yo, aquella niña a la cual ignoraba, que
limpiaba el taller, que le preparaba los colores, los pinceles, la paleta, supe
de su valía. Trabajó con los mejores de su tiempo. En su bondad compartía ideas
y siempre eran otros los que mejor las captaban, los que sacaban más provecho
de ellas. Se desanimaba. Vivir en la sombra cuando su único anhelo era ser luz,
le causaba un dolor indescriptible. Quería
dar pasos de gigante, pero siempre se encontraba por detrás, por debajo, nunca
al lado ni mucho menos por delante de los otros. La impaciencia lo devoraba. No
quería pensar que en la cima del éxito, el espacio es pequeño, que no hay
cabida para tantos.
Partió
en busca de un porvenir y me dejó solo una mirada, sin imaginar ser el culpable
de las tormentas que me agitaron, sin llegar a saber lo mucho que le amaba.
Se
fueron deslizando los días, meses, años. Hoy contemplo extasiada su rostro, en
ese retrato que ocupa un lugar privilegiado en el salón de mi casa.
©
Marieta Alonso Mas
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