Cartel de la película La Heredera |
Hay
maridos que es de obligada cortesía respetar.
Lo digo porque me acabo de enterar que el mío se acuesta, y no precisamente para dormir, con quien ha sido
hasta ahora mi mejor amiga. Y no es que yo sea una mojigata ni que mis
principios morales sean rígidos, pero esta situación la desapruebo de manera
tajante.
No
me pareció nada bien que Liz Taylor le quitara el marido a Debbie Reynolds
cuando la acogieron en sus momentos difíciles.
Creo que se puede ser perfectamente la amante de un hombre casado siempre y
cuando no conozcas ni por asomo a su mujer. Pero a una amiga. Eso no se hace.
Demuestra, como se dice cada vez de forma más asidua, una total falta de
valores.
Mi
ex amiga no comprende tanto aspaviento por mi parte, pues ella está segura de que no quiero a mi marido, que me casé con él para
no quedarme bordando como Olivia de Havilland en La Heredera.
Con más frecuencia de lo normal me viene a la
mente la imagen de Anthony Perkins clavándole el cuchillo a Janet Leigh en el
baño. Daría cualquier cosa por matar a estos dos en esa misma escena.
¡Qué
ingenuidad la mía! Esa era la amiga que me animaba a ir todas las tardes al
cine porque en pantalla grande se disfruta mucho más. Y como soy tan compulsiva
le hacía caso. He pasado unas tardes maravillosas. Ellos también.
Me
han dicho que no sería mala idea que viviésemos juntos la historia que aparece
en «La Leyenda de la ciudad sin nombre». ¡Qué caraduras! En primer lugar, Ben y
Socio, fueron dos hombres con un gran sentido del honor y de la amistad,
incluso cuando deciden compartir a Elizabeth. No es el mismo caso. A lo mejor
si me hubiesen pedido permiso no tendría esta sensación de estafa.
Sé que tengo que tomar una decisión. Mañana
pensaré en ello.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario