Hace ya muchos, muchos
años, cerca de sesenta, mi hogar era la cama de mis padres, me colaba en medio
y era el niño más feliz acurrucándome entre ellos. Me dormía tras recibir un
apretado beso de mi madre y un tirón de orejas de mi padre. Más tarde fueron los
brazos de mi mujer, hasta que ella me apartó con desdén y se fue con otro. Yo
no era fértil y ella anhelaba ser madre, comentó. Entonces me solacé con la
almohada pensando que gracias a mi trabajo tenía un techo donde guarecerme… Hasta que la crisis me lo quitó.
Un buen amigo, dueño de un
taxi amarillo, me dio una oportunidad y desde hace quince días deambulo por
calles y carreteras durante el día y justo en el momento en que la luna me hace
un guiño, sé que es la hora de ir a dormir, por lo que tomo dirección a la Plaza
Mayor de un escondido pueblo. Aparco junto al olivo milenario -que no acebuche-, el que está frente a la
fuente del ciervo, y a los pies del árbol, entre sus raíces, extiendo mi saco
de dormir, me introduzco en él, coloco a mi vera el osito de peluche que un
niño se dejó en el taxi y me abandono.
Alguna que otra vez una
aceituna cae y hace que hunda mis pensamientos en esa fuente de riqueza y
alimento, de sabiduría y paz. Me distraigo en la búsqueda de sus orígenes y
pienso en los fenicios, judíos, griegos, romanos, y tantos otros… ¿Quién plantaría
la sombra que ahora me da albergue?
De madrugada para que nadie
me vea, me acerco a la fuente, miro a derecha e izquierda, y haga frío o calor,
me quito la ropa, me aseo y hago la colada, luego me visto con ropa limpia.
Soy el primer cliente del
único café de la plaza. La dueña me permite que tienda mi ropa en la cuerda de
su patio, y por un módico precio me la plancha. Bien doblada, la guardo en una
canasta pequeña de mimbre que llevo en el maletero.
Regreso y allí, en una mesa
cuadrada, cubierta con mantel de papel, al arrullo de la voz de la amable mesonera,
desayuno opíparamente, por si se tuerce el día. Como y ceno en cualquier fonda
si ha lugar.
A fin de mes guardo las
propinas y las sobras del salario en la caja de ahorros que está en esta misma
plaza, y recostado en el olivo, sueño con un cuarto y una cama donde quepan
todos mis recuerdos. Así transcurre mi vida. De momento.
© Marieta Alonso Más
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