Era un lunes de invierno como cualquier otro. En la calle lo esperaba el autobús del colegio y la mochila contenía los deberes hechos. Se detuvo, como cada día, delante del espejo del pasillo para ponerse la gorra del uniforme. Nunca le había gustado ese casquete granate con rayas verdes que le obligaban a llevar, y mientras se lo ajustaba a la cabeza escondiendo sus rizos castaños, escuchó el silencio que llegaba desde el comedor. Entonces supo que sus padres estaban desayunando. Desde hacía tiempo, los mejores momentos entre ellos se sintetizaban al pedirse algo que estuviera sobre la mesa. Los otros eran gritos e insultos. Por suerte, cuando esos vendavales atravesaban la casa, Anastasia dejaba lo que estuviera haciendo para correr a abrazarlo.
––Date prisa, Alejandro. ––La voz de su querida Anastasia era clara, como un susurro, tan lejos de las órdenes de mamá.
Fue entonces cuando descubrió que habían puesto otro espejo en la pared, justo enfrente del que tenía delante y su imagen se repetía una y otra vez hasta el infinito. Corrió escaleras abajo, y tras un rápido beso a su cuidadora, se acomodó en el segundo asiento del vehículo que lo llevaría a clase. «Hoy toca ciencias, ¡bien!» Le dijo a su amigo, a quien conocía desde el parvulario. Alfredo no le contestó, sumido en el juego de la Nintendo.
––¿Sabes? Hoy he descubierto una cosa ––continuó como si su compañero lo estuviese escuchando–– Si pones un espejo frente a otro, tu cuerpo se multiplica tantas veces que no puedes contarlos. Pero si soy capaz de llegar hasta el último reflejo, quizás me encuentre cuando era un bebé… O tal vez cuando fui pirata, explorador o lo que quiera que haya sido en otra vida.
––En álgebra nos enseñan que si bien más por más es más, también lo es menos por menos. –Susurró Alfredo.
––No te entiendo.
––No sé, pero si saturas algo con su propia esencia, quizás por aquello del menos por menos…, ocurra lo contrario.
Esta última idea que le sugirió su amigo no lo abandonó durante la jornada y al regresar a su casa sintió alivio cuando Anastasia le dijo que su madre había salido. Podría detenerse a bucear dentro del laberinto de los espejos enfrentados. Papá no era problema porque nunca lo veía antes de acostarse.
A pesar de la hora que estuvo buscando, fue incapaz de encontrar nada más que su reflejo con uniforme del colegio, ninguno de soldado, de indio o de rey. El problema es que solo me veo de frente y de espaldas, se dijo, tengo que construir un cubo para verme por todos los lados.
––Es para un trabajo de ciencias –explicó a su padre cuando lo encontró en la biblioteca leyendo informes––. Necesito cuatro espejos tan altos como yo y dos que midan como el ancho de estos. Bueno, las medidas, si te parece, se las doy al de la cristalería.
El hombre lo miró un instante por encima de sus gafas, antes de contestarle que enviaría a su chofer a comprarlos y de preguntar dónde haría el experimento.
––En el desván. Hay un arcón que me servirá para encajarlos.
––Mientras sea allí arriba, no hay problema, pero intenta no ensuciar y, sobre todo, no romper ningún espejo, ya sabes que son siete años de mala suerte. ¡Cómo si necesitáramos más! –Y el hombre volvió a su lectura.
Para el sábado ya tenía todo el material, solo precisaba estar solo, aunque eso no era un inconveniente, ya que sus padres saldrían, cada uno por su lado como siempre, dejando a Alejandro a cargo de Anastasia. Ni a ella permitió que se acercara. «Los inventores y los genios necesitan soledad», le gritó desde las escaleras cuando la mujer lo llamó para el almuerzo. Con una sonrisa ella volvió a la cocina pensando que cuando tuviera hambre ya iría a reclamar su comida.
De a poco fue montando el hexaedro irregular, colocó las superficies reflejantes hacia adentro. Con unos ángulos de metacrilato y pegamento fijó los tres lados. En el suelo puso uno de los dos espejos pequeños y terminó de ajustar los lados ya puestos. Esperó a que el pegamento se endureciera. Verificó que la estructura tuviese la solidez necesaria. Al que haría las veces de techo del cubo lo apoyó en la parte superior de los tres espejos.
Rápidamente, al verse reflejado en la luna opuesta, tomó conciencia de lo que ocurriría. Tuvo miedo de asomarse al interior. Esperó… La tarde iba cayendo acompañada de las sombras del jardín que se estiraban, hasta que todo desapareció envuelto en noche.
Encendió una lámpara y la bombilla se multiplicó al infinito dentro del hexaedro inacabado, creando un vórtice de luz. El efecto era mágico. Pensó en el momento previo al Big Bang, cuando todo se contraía en un solo punto. Aún no había ocurrido.
Entró con los ojos cerrados y con sus manos lo corrió hasta taponar la caja de lunas. La luz que penetraba por las rendijas de los lados aumentó el torbellino. Abrió sus ojos y pudo advertir el prodigio: las imágenes, repetidas ad infinitum no se multiplicaban; contrariamente, se dividían. Sus manos, que estaban más próximas a una de las lunas, fueron las primeras en difuminarse.
Años más tarde solo Anastasia lloraría su desaparición.
Hermoso cuento, me emocionó...
ResponderEliminarMuy buena descripción, sentí que podía ver a Alejandro y a Anastasia. Te invito a seguirnos en nuestro blog https://somosartesanosdelapalabra.blogspot.com/. Esperamos tu visita
ResponderEliminarMuchísimas gracias por su comentario. Por supuesto que le seguiremos en su blog. Un saludo afectuoso.
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