~Un cuento sobre la importancia de los sentimientos y de enseñar a los niños a explorar tanto los positivos. como los negativos~
Hace mucho tiempo, en un reino muy lejano, vivía una princesa altiva y caprichosa llamada Alina. Tenía el pelo de color castaño claro, los ojos verdes y alargados; también era alta y hermosa, de lo que alardeaba por todo el castillo. Algo que no era muy bien recibido por la servidumbre. El rey y la reina se tiraban de los pelos por todo esto, pero nada conseguía bajarle los humos a la princesa. Hubo un tiempo en que su hermano, el heredero a la corona y el único hasta ahora capaz de hacerla sentirse avergonzada de su altivez, al menos en apariencia, se movía tras ella por el palacio; reprobándole su actitud cada vez que se pasaba de la raya.
Pero ahora era distinto: él se encontraba inmerso en una guerra contra un
reino lejano y lo único que podían hacer los monarcas era preguntarse qué era
lo que necesitaba su hija, para ser un poco más humilde. Un día le quitaron
todas las pertenencias que pudieran parecer innecesarias; pero ella se irritó
de tal forma y dio tantos gritos, que sus padres lo devolvieron todo a su sitio
sin decir ni mu. Sin embargo, aquello no podía seguir así.
Casualmente, un día llegó una joven al castillo pidiendo empleo como dama
de compañía para la princesa. Fue conducida ante los reyes, que dudaron y
deliberaron mucho antes de aceptarla, aunque ella aseguraba que era
disciplinada y obediente.
―No es eso lo que nos preocupa ―le dijo la reina―. No sé si tenéis
conocimiento del temperamento de mi hija.
La doncella se quedó callada un segundo, pero luego movió la cabeza
afirmativamente.
―No sería el primer caso que encuentro ―aseguró.
Ante aquello los monarcas no tuvieron más remedio que admitirla en el
servicio. Después mandaron que la acompañaran a conocer a la princesa. Al verla
llegar, Alina observó con indiferencia cómo se inclinaba y luego preguntó:
―Y esta ¿quién demonios es?
―Me llamo Nela, Alteza ―respondió la otra, antes de que uno de los guardias
la pudiera presentar― y soy vuestra nueva dama de compañía ―añadió seriamente.
―No necesito más damas ―contestó Alina, de malos modos. Ya tengo cuatro, es
todo lo que me hace falta.
―Con permiso… Una de ellas acaba de dejar el cargo, así que yo ocuparé su
lugar.
Alina sonrió con arrogancia.
―Como quieras, pero no me molestes.
―No lo haré.
Pasaron los días y un rumor comenzó a correr por el palacio. Se decía que
la princesa se había hecho amiga de su nueva dama y que juntas hacían de las
suyas por los pasillos, mientras se reían en voz baja. Nadie se explicaba este
nuevo comportamiento de Alina y menos sus padres. Así que un día la llamaron a
la sala del trono, cuando estaban solos, para hablar con ella:
―Alina ―empezó su padre―, tengo curiosidad por algo ¿Es cierto lo que dicen
de que te has hecho amiga de tu nueva dama de compañía?
―Se llama Nela, papá ―dijo ella, feliz, como si su padre no lo supiera― y
es mi mejor amiga. No sé qué habría hecho si no la hubieseis contratado.
―Alina. Vas a cumplir once años. ¿No crees que Nela es un poco mayor para
ti? Tiene diecisiete. Y no olvides que es una sirvienta y debe hacer sólo lo
que se le ordene; como vestirte, asearte o acompañarte en las ceremonias, pero
sin involucrarse mucho...
―¡No seas así, mamá! ―protestó la princesa―. A ella le encanta jugar
y me ha enseñado muchas cosas: Naturaleza, Historia…
―Está bien, está bien... Puedes jugar con ella, pero ten cuidado. No puede
uno fiarse de la servidumbre...
Alina se cruzó de brazos muy enfadada por el comentario y, rápidamente, se
dio la vuelta y se fue a su cuarto.
Ya por la noche, Nela vino a arroparla como siempre, pero la niña no dijo
gracias, como siempre; sino que se quedó callada, mirando a su doncella. Ella
miró de vuelta a la princesa y le pareció muy raro lo que vio. Estaba llorando.
En todo el tiempo que Nela había estado a su servicio, nunca la había visto
llorar ni nunca nadie había podido verlo, tampoco; al menos, por lo que le
habían dicho las otras damas. Nela se acercó a la cama y se sentó junto a
Alina.
―¿Qué te preocupa, mi señora? ―le susurró.
La princesa le cogió la mano.
―Tú nunca te vas a ir ¿verdad?
Nela no contestó enseguida. La pregunta la había pillado desprevenida, pero
al final dijo sólo una palabra:
―Depende.
―¿De qué?
La dama sonrió.
―Algún día lo entenderás ―dijo
Luego, se levantó y se dirigió a la puerta.
―¡Espera, Nela! ¿Cuándo lo entenderé?
Pero ella ya había cerrado la puerta y se había ido. Alina se enfurruñó, se
levantó y abrió la puerta para salir detrás de ella; pero se quedó muy
sorprendida cuando vio que, en vez del oscuro pasillo se encontraba en un
enorme bosque de colores. Los árboles eran altísimos y sus copas negras casi no
dejaban pasar la luz del sol. Los troncos eran de color azulado y la tierra del
suelo era anaranjada brillante.
La niña se quedó tan maravillada que soltó la puerta, la cual inmediatamente
se cerró con un golpe y desapareció ante los ojos de la princesa. Alina caminó
hacia el lugar donde había estado, pero allí no había nada. Desesperada,
intentó buscar una salida de aquel bosque, pero no vio ningún sitio por donde
escapar; así que lo único que se le ocurrió fue ponerse a llorar sin remedio.
De pronto, una mano se posó sobre su hombro, y, al levantar la cabeza, Alina
vio que Nela estaba con ella. Sin embargo, ya no estaban en el bosque, sino en
una enorme cúpula de cristal en el medio de una profunda niebla de color
verdoso que giraba alrededor de la sala. Nela la ayudó a levantarse.
―Bienvenida al Mundo de los Sentimientos ―le dijo―. Yo seré tu guía aquí.
Sígueme.
―¡Espera, Nela! ―gritó Alina, pero la otra siguió andando hacia la puerta―.
¿No me reconoces? Soy Alina, la princesa de...
Antes de que pudiera terminar de hablar, Nela volvió y la agarró del brazo
para tirar de ella hacia la salida.
―No te irás de aquí hasta que completes todas las pruebas ―le dijo.
―¿Qué? ―gritó Alina mientras la arrastraban―. ¡No, no quiero! Quiero volver
a mi palacio, yo...
―No te irás de aquí hasta que completes todas las pruebas ―repitió con
falsa voz cariñosa. La niña vio que se acercaban sin remedio a la niebla verde
y, sintiendo que se iban a caer, cerró los ojos aterrorizada y temblando de
miedo.
Cuando los abrió de nuevo, estaban en otro sitio, en tierra firme. Era un
pasillo muy parecido al de su palacio, pero la diferencia era que las paredes
eran completamente lisas y de rojo intenso. La niña no entendía nada.
―Nela ¿qué pasa aquí?
―Estás en el Mundo de los Sentimientos. Aquí ayudamos a la gente que parece
que no los tiene, a descubrir los suyos.
―¡Yo sí tengo sentimientos! ―chilló Alina muy enfadada―. Ves, ahora estoy
irritada. ¿Eso no es tener sentimientos?
―Si es lo único que sabes hacer, no ―respondió la otra con tranquilidad― y
ahora, silencio,. Nos acercamos al final.
Estuvieron un rato caminando, tanto que a
Alina le empezaron a doler las piernas.
―¿Cuánto falta? ―preguntó, empezando a hartarse.
―Poco.
Nela lo dijo sin emoción, como si fuera algo que hubiese aprendido de
memoria. Alina no podía preguntarse otra cosa que no fuese:
«¿Cómo puede estar en el Mundo de los Sentimientos, si parece que no
tiene?»
Pero luego recordó la época en palacio en la que jugaban juntas; su risa,
su cariño... Le parecía imposible que aquella fuera Nela.
―La querías mucho ¿verdad? ―preguntó la dama.
La princesa la miró, sin comprender a qué venía la pregunta. Sabía que se
refería a su amiga, pero era muy raro que se lo preguntara la propia Nela
hablando de sí misma. Alina decidió que, definitivamente, aquella no era su
amiga. Nela había desaparecido. La chica que la guiaba debía ser un doble... O
algo.
―A ella sí ―contestó con seriedad―, pero a ti, no.
No sabía porque lo había dicho, pero ya era tarde. La chica simplemente la
miró sin un asomo de sentimientos y despareció en la nada. Alina miró a todos
lados, pero Nela o quien fuera se había esfumado. Sin pensar, echó a correr por
el pasillo rojo, sólo pensando en una cosa: encontrar a la chica y pedirle
perdón por lo que había hecho.
Sin darse cuenta, salió a un bosque muy parecido al primero y sólo el
tropezarse con una piedra la devolvió a la realidad. Allí vio algo horrible.
Nela estaba atada a un árbol y cinco hombres la rodeaban a siete pasos de
distancia, llevando arcos y flechas. Todas las cuerdas estaban tensas y las
flechas apuntaban al corazón de la chica. Ella miró a Alina, pero no dijo nada,
ni pidió socorro; pero la princesa supo que no podía dejarla allí. Era su
amiga… y era de verdad.
Inconscientemente, saltó al frente y se puso delante de Nela justo cuando
los hombres disparaban. La niña vio venir las flechas y sintió que un torrente
de algo desconocido brotaba de ella, algo a lo que sin pensarlo podía dar
nombre: miedo, dolor, desesperanza, cariño, felicidad, tristeza... Todos los
sentimientos inimaginables. Y justo en ese momento, cuando la primera flecha
estaba a punto de tocarla, se despertó.
Alina miró a su alrededor. Estaba de nuevo en su habitación, sentada en la
cama con todas las sábanas revueltas, el camisón empapado de sudor y temblando
de frío. No entendía nada. ¿Sólo había sido un sueño? No podía ser, era
demasiado real...
―No ha sido un sueño ―dijo una voz a su derecha.
La princesa se giró y vio allí a Nela, observándola y sonriente. Alina
sacudió la cabeza, confusa.
―Entonces, ¿qué ha sido?
―Un viaje al centro de tu corazón. Llámalo sueño si quieres, puesto que
estabas dormida, pero en realidad te he llevado a descubrir tus verdaderos
sentimientos, a conocerte a ti misma, puesto que no conocías otra cosa que no
fuera la vanidad, la altivez o el desprecio. Pero existen otro tipo de
sentimientos, que cuando los conoces bien, te ayudan a ser mejor con los demás.
Por ejemplo, el miedo, la tristeza; el cariño o la complicidad y el aprecio por
otra persona. Esto último es lo que podemos llamar amistad, lo que ahora mismo
nos une a ti y a mí. Y que, si te lo propones, puede unirte a muchas otras
personas más y te dará felicidad. Cuando te dije que si me iba o me quedaba
dependía de ti, me refería a tus sentimientos. Debía asegurarme de que eras
capaz de sentir todo tipo de emociones
―Y entonces ¿tú qué eres? Si dices que me has llevado, cómo... pero
entonces ¿te vas a ir o...?
La niña empezó a preguntar, pero Nela sólo la mandó callar con un gesto y
dijo:
―Duerme feliz, princesa. Mañana será otro día.
Alina intentó protestar, pero los ojos se le empezaron a cerrar antes de
que pudiera decir nada. No obstante, antes de dormirse vio a Nela salir y
observó que en su espalda se agitaban dos enormes alas transparentes. Era un
hada.
Desde ese día, la princesa no volvió a saber nada de Nela, pero gracias a
ella empezó a tratar bien a los criados; a querer mucho más a sus padres y,
además, ganó un montón de amigos. Alina, por fin, era una princesa a la que la
gente quería.
Cuento infantil original
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