La chica terminaba de maquillarse frente al
espejo. Había conseguido que su flequillo anaranjado le quedase justo como le
gustaba y tras un último toque, sus labios habían adquirido el aspecto de
fresas recién recogidas. Se sentía bien consigo misma, preciosa y contenta. El
mejor complemento siempre era una sonrisa y ella la llevaba tatuada en el
pálido rostro. Se colgó en bandolera el enorme bolso que había preparado con
antelación y bajó las escaleras de dos en dos, entonando una de sus canciones
favoritas.
En la calle, el sol la recibió con una caricia
que ella aceptó de buen grado. Le gustaba caminar sin más compañía que sus
propios pies. Paseó durante un rato, deteniéndose de vez en cuando a mirar
algún escaparate o a acariciar a cualquier perro que se acercase a ella. Se
metió las manos en los bolsillos del abrigo que había elegido esa mañana
invernal y acabó por desembocar en el parque al que tenía intención de acudir.
Los árboles le daban a la zona un fragante y
potente olor. Aunque ella no se decidió por una de aquellas sombras de color
verde que tachonaban el césped, sino que enfiló a un banco en el que el sol
caía convirtiendo al asiento de metal en una fiesta de color ámbar. Se dejó
caer, un poco cansada por la caminata, pero feliz, y exhaló un suspiró de
satisfacción.
Cerró los ojos y los mantuvo así más de un
minuto. Lo justo para que un pájaro curioso acudiese a su encuentro y la
observase con curiosidad desde la esquina opuesta del banco. Intercambiaron
miradas durante unos instantes, pero el animalito, un gorrión por su aspecto
regordete, salió volando. Momento que la chica aprovechó para abrir el
bolso y colocar sobre sus rodillas el libro que la había acompañado desde casa.
La paz irradiaba todo su ser, la tranquilidad,
la seguridad de que todo estaba en calma. Ella había aprendido que la
primera persona a la que debía respetar, cuidar y querer era ella misma. Tenía
una familia maravillosa, unos amigos que la hacían vibrar y los que adoraba.
Sin embargo, el hecho de encontrar alegría en los momentos a solas se había
convertido en una forma de vida, en una manera de aceptarse y quererse.
Un mensaje que transmitía siempre que podía y
que daba esperanza a la gente que la rodeaba. Un mensaje que me ha llegado a mí
y que, en un día gris, se ha convertido en alegría. Gracias. De corazón.
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