A media hora en coche desde
Ciudad México dos grandes y anchas pirámides parecen estar agazapadas tras las
colinas.
La Calzada de los Muertos,
una avenida de cuarenta y cinco metros de anchura y casi cinco kilómetros de
largo, enlaza las dos pirámides: una dedicada al Sol, la otra a la Luna, así las
llamaron los aztecas. Gruesos muros de piedra y las entradas a otros edificios
ceremoniales están a cada lado de la avenida. Palacios donde moraba la élite,
viviendas de mercaderes y artesanos…
En su época de mayor auge,
entre los siglos II y V de nuestra era, unas ciento veinticinco mil personas
vivieron y trabajaron en Teotihuacán. Está trazada de norte a sur, con una red
de calles y manzanas. Las casas tenían sus fachadas hacia el interior, en torno
a un atrio central. Los alfareros, tejedores, curtidores, canteros se agrupan
en sus propios barrios, uno de los barrios alojaba a los mercaderes de otras
zonas de Centroamérica, y otro de los barrios era para «extranjeros»
procedentes de Oaxaca, Yucatán, Guatemala que residían en la ciudad.
En torno a la ciudad estaba
la zona agrícola, un sistema de canales distribuía agua de manantial por casi
toda la llanura, así garantizaba un suministro continuo de maíz, calabaza,
judías y otras hortalizas frescas. El pequeño río de san Juan pasaba canalizado
por el centro de la ciudad, y un complejo sistema de alcantarillado prestaba
servicio a todas las casas.
Podemos contemplar el templo
de Quetzalcóatl con sus enormes cabezas de serpiente talladas, hasta con
colmillos, en bloques de granito, así como esculturas en piedra de Tláloc, el
dios de la lluvia. Los edificios más importantes se pintaban de rojo por fuera,
e incluso las calles estaban cubiertas con una capa lisa de estuco pintado. En
la zona se han encontrado centenares de moldes para cerámica en perfecto
estado. Los alfareros teotihuacanos producían la cerámica anaranjada.
La genialidad de Teotihuacán
se manifiesta en la arquitectura, las matemáticas, la astronomía y también en
la música. Calcularon el tiempo emplazando la pirámide del Sol con tal
precisión que en el mediodía del solsticio de verano, el día más largo del año,
el sol está en la vertical de la mole, iluminando sus cuatro lados sin producir
sombras. Una flauta que se desenterró de las ruinas, resultó estar perfectamente
afinada.
No se sabe cómo sobrevino el
fin de esta civilización. Lo cierto es que se derrumbó entre los años 650 y 800
de nuestra era. Vigas quemadas sugieren que la ciudad fue invadida e
incendiada. No existe un solo documento de sus ocho siglos de historia.
La única historia de esta
ciudad fue escrita por los aztecas. Incluso su nombre, Teotihuacán, en náhualt,
en el lenguaje de los aztecas, quiere decir: «donde los hombres, al morir, se
convierten en dioses».
Durante mucho tiempo nadie
pensó en la grandeza de aquella ciudad del pasado. A principios de 1917 un
grupo de seis arqueólogos dirigidos por Manuel Gamio empezó un estudio de todo
el valle. Aunque ha sido excavada, perforada con túneles, medida y escudriñada
por los hombres de ciencia, Teotihuacán aún guarda muchos misterios. Es como un
iceberg, lo que emerge es la parte más pequeña.
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