Primer día de clase. Mario se sentía algo
nervioso. El cielo se había cubierto de nubes y el ambiente se presentaba algo
plomizo, como atacado de melancolía. Siempre era un tanto misterioso ese primer
día porque no sabía lo que iba a encontrar.
Tenía diecinueve alumnos, más chicas que
chicos, y al entrar en el aula todos sin excepción miraban sus teléfonos
móviles.
— Buenos días —dijo.
Su saludo no obtuvo respuesta.
— Os ruego apaguéis vuestros teléfonos,
por favor —pidió.
Ante la falta de reacción, se aproximó a
las mesas y, uno a uno, fue confiscando los móviles de los chavales y
guardándolos en una bolsa. Todos ellos se miraron atónitos, preguntándose algo
así como: ¿Y este qué hace?
— Quedan prohibidos los teléfonos
durante la clase. Podéis recogerlos al salir.
A sus palabras acompañaron murmullos de
protesta.
— Lo primero que vamos a hacer es tener
una conversación porque quiero conoceros.
Un rayo de extrañeza atravesó la sala.
— ¿Una qué? —Preguntó un chaval rubio
sentado en la primera fila.
— Una conversación —respondió Mario con
cara de asombro— ¿sabéis lo que es una conversación?
Sus ojos revelaron ignorancia.
— ¿Algo así como un intercambio de
palabras? —Apuntó una chica morena, llena de tatuajes y con el pelo muy largo.
— Algo así.
— Menuda tontería —comentó un chaval rubio y
guapo.
— Eso ya no se lleva —afirmó otra joven
con un piercing en la nariz.
— Vaya pérdida de tiempo —dijo un chico
situado en la segunda fila.
Las risas que precedieron a estos
comentarios dolieron al profesor en el alma porque aquello significaba que las
nuevas generaciones ya no sabían hablar. Un manto de tristeza le cubrió por
completo. Mario pensó qué iba a resultarle difícil la comunicación en todos los
aspectos. ¿Sabrían aquellos chavales el significado de “comunicación oral”?
— Habladme de vosotros, uno por uno, de
vuestras familias, de vuestros deseos vuestras ilusiones y vuestras esperanzas.
Pusieron cara de estupefacción. Mario entendió
que no comprendían determinadas palabras como ilusiones, deseos o esperanzas, y
suponía que muchas más. Su vocabulario había quedado limitado a lo más básico y
lo más perentorio, sin llegar a captar la mayoría de los términos salvo los más
sencillos para salir del paso. ¿Qué conversación podían entablar cuando
carecían de criterio propio, de opinión y de discernimiento?
A lo largo de una hora no hablaron de nada
importante porque, en el fondo, no sabían: habían perdido la capacidad de expresarse,
de comunicarse. Ignoraban todo lo referente a diálogo, interlocución,
parlamento, intercambio de opiniones, transmisión de ideas, pláticas,
coloquios, pensamientos e incluso sueños. Y Mario supo en ese instante que
intentaría esa deseada comunicación que tan difícil le iba a resultar. Tenía
todo un año por delante para conseguirlo. Esperaba y rogaba que no resultara
misión imposible.
Al finalizar la clase, los chavales recogieron
ansiosos sus teléfonos móviles, inclinaron sus cabezas sobre las pantallas y
sonrieron de pura felicidad.
©BlancadelCerro
#cuentosparapensarBlancadelcerro
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