Si alguna vez abres esta
carta, sabrás que he llegado a la casa nueva y no consigo reconocer a qué
huele. Un tenue aroma a jazmín mezclado con un fondo agrio.
No me gusta.
Las maletas siguen sin
abrir y la portera es sordomuda, qué felicidad.
La luz me abruma y como
las persianas no encajan bien paso mucho tiempo mirando los dibujos cambiantes
que hacen en el suelo.
Me gusta.
Hace calor.
Tomo té cuatro veces al
día, dos tazas cada vez, sin azúcar. Eso ya lo sabes.
No consigo escribir una línea,
pero no me importa.
Me tumbo a escuchar los ruidos de la calle,
tan diferentes a los de nuestra ciudad.
Las sirenas de los barcos me
sorprenden. ¿A dónde irán? Me gusta reconocer los ruidos de esta nueva vida.
Las noches son suaves, y
si el viento sopla de Levante llega un olor a mar intenso, lo reconozco y me
gusta.
A veces ladra un perro.
Ayer vi una araña
colgada de su red, trabaja sin parar, me admira cuánto avanza en su tarea. Yo
estoy quieta.
Salgo a comprar lo
imprescindible, no quiero abandonar la casa. Leo, espero y escucho la calle.
También observo tu
cactus, como si contuviera una señal. Está quemándose en el balcón, lo riego
con un poco de té.
He empezado a contar las
espinas, tres al día, y a dividirlo en cuadrantes, para no equivocarme, lo
apunto en un papel.
Sé que si el número
final es impar, volverás.
Me gusta, no me gusta por Cristina Vázquez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
© Cristina Vázquez Salinero
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