La dama del armiño El Greco |
El
comisario Sandoval, un hombre en la cincuentena tardía, era una mezcla de
inspector de película por su forma de hablar desgarrada, los modales toscos, y
padre de familia por su tranquilidad y aire bonachón.
Al
llegar al apartamento de Christofer Anders, el desorden que reinaba le
pareció exagerado. La ropa salía de los cajones en cascada, una lámpara en el
suelo, papeles por todas partes y un olor ácido, como de un producto químico.
Lo único que de verdad llamó su atención fueron unos guantes de látex en la
papelera.
Esa
mañana recibieron una llamada angustiada, casi histérica del Sr. Anders
diciendo que le habían asaltado su apartamento y golpeado, pero al llegar al
mismo el pájaro había desaparecido.
El
inspector Sandoval se sentó en la silla que estaba tras la mesa de despacho,
crujió los dedos, costumbre que tenía cuando empezaba a analizar un caso y
encendió un pitillo.
El joven
y espabilado Briones sacó de su mochila una tablet.
Sacó sus
gafas que potenciaban su aire de rastreador.
Pidió
una bolsita para guardar pruebas y recogió de la papelera los guantes.
Después
de llamar a su mujer, para preguntarle qué tal había pasado la mañana, pues era
una mujer enfermiza a la que él cuidaba con la dedicación de un padre. No
tenían hijos y ella se apenaba de no haber sido capaz de dárselos. Él la
tranquilizaba y prometía que los hijos eran una lata.
Comió,
como siempre, en la taberna de Eusebio.
Mientras comía, rumiaba. Este Anders... habrá que llamar a la embajada británica, bucear más en quien es, hay algo en ese pollo ... y daba un buen trago de su cerveza helada.
Volvía
paseando para hacer la digestión, y al llegar, Briones le dijo que una señora
preguntaba por él y que era extranjera, no se la entendía ni jota.
Dijo que
la hicieran pasar y entró una mujer alta y rubia, de una edad madura
indefinida. Iba bien arreglada, olía a un perfume floral, que sin ser exagerado
dejaba rastro. Cuando se quitó las gafas de sol, Sandoval pudo observar el azul
intenso de los ojos y un pequeño angioma en el pómulo. Pensó que seguro sería
más grande, pues una mujer tan cuidada nunca dejaría traslucir esa tara. Sonrió
y sus dientes, aunque parejos, amarilleaban un poco.
Sandoval
pensó, molesto, ¿por qué estos ingleses se creerán que todo el mundo habla su
carajero idioma?, e hizo un gesto con la mano a la señora.
Le
explicó que su ex marido la había llamado asustado, le dijo que tenía problemas
y ella había venido a España y se encontró con el apartamento revuelto y sin
él. Al hablar movía pausadamente las manos grandes, con las uñas pintadas de un
rojo muy oscuro.
Nieves
siguió, dice que Christofer tenía una oferta muy importante por el cuadro. Se
estaba negociando la venta. Lady Walpope bajó los ojos, mostrando un maquillaje
intenso en los parpados y la sombra de las pestaña ¿postizas? inquietó a
Sandoval.
La
señora perdió su compostura y alargando una mano por encima de la mesa, apretó
la del comisario con una intensidad que casi le hace daño. Él la apartó con
delicadeza.
Antes de
que le trajeran los teléfonos de la embajada y el Ministerio le pasaron
una llamada que dijeron era muy urgente.
Hablaba
un correcto español con un acento mezcla de sudamericano e inglés.
Sandoval
colgó.
Cuando
llegaron al apartamento estaba todo en perfecto orden. El señor Anders era un
hombre alto, huesudo, moreno y de movimientos lánguidos.
Les
ofreció una bebida y se sentó hundido en un sofá, con las piernas cruzadas y la
mano en el pecho.
Descruzó
las piernas y se pasó la mano por el pelo ahuecándoselo, luego se tocó el pómulo
y Sandoval, recordó el angioma de la mujer.
El
inspector se dijo este mamba no es trigo limpio.
Se
sujetó la nuca como si le doliera el cuello.
Se puso
en pie y dijo que hicieran cuantas comprobaciones creyeran necesarias.
El
inspector Sandoval se acercó a ver a su mujer, pero había salido.
Ventiló
la casa, siempre flotaba un olor agridulce que a él a veces se le hacía
irrespirable. Recogió un poco los cacharros de la cocina y puso orden en el
cuartito donde ella se sentaba. Cada vez se le iba más la cabeza a la pobre y
era menos hábil con las manos. Tendría que ingresarla antes o después y sentía
que el corazón le sangraba de pena. Y pensó en la lady ingresada a temporadas y
en el corazón sangrante de Jesús.
¿Habría sufrido el Sr. Anders por culpa de su
mujer? A lo mejor.
Decidió
que iba a ir al hotel Ritz a husmear, no vivía tan lejos.
El
portero le miró con cierta impertinencia. Menudo imbécil, con la pintarra que
tenían los que están ahí. Él, al fin y al, cabo iba como un señor con su traje
gris, un poco arrugado y brillante, pero como un señor, carajo.
Sentado
en una de las butacas mullidas, se fue arrellanando, sintiendo la dulzura del
aroma que esparcía un centro de flores, a la que le ayudaba el jerez que se
había pedido y pensó quedarse dormido en esa butaca y no volver a su casa.
A lo
lejos le pareció distinguir una figura conocida. Era Anders que entraba en el
ascensor con un hombre distinguido muy moreno. Charlaban amigablemente, como
viejos conocidos.
Sandoval
se identificó en la recepción para comprobar si estaba registrada Lady Walpope,
le confirmaron que así era. Pidió que le pasaran la llamada al cuarto, pero no
hubo respuesta. En la hoja de registro estaba la copia de su pasaporte y su
firma.
No
durmió bien. En la comisaría le pidió a Briones, que Nieves llamara a
Inglaterra al museo dónde estaba el cuadro, para que confirmaran la versión del
Sr. Anders y sí había surgido alguna irregularidad.
Llamaron
a casa de Anders y nadie respondió, en cambio ella sí estaba en el hotel.
Cuando
llegaron les estaba esperando en el bar. Iba igual de arreglada que el día
anterior, aunque la mancha del angioma era más pálida y olía a pintura de uñas.
Debían hacer un extraño cuarteto. Nieves, Briones, el comisario y la Lady.
Se echó
a reír en un tono muy bajo y le dijo en español.
Se
levantó y con un gesto teatral, le tiró un beso antes de desaparecer.
Esperaron
tres días, en los que la inquietud y la sensación de fracaso se apoderó de
Sandoval y de toda la comisaría por extensión. Reñía, cosa infrecuente en él, y
en la taberna de Eusebio pedía sales de frutas. Le costaba más que nunca volver
a su casa. Se retorcía las manos y la cabeza, pensando qué es lo que no
encajaba.
Al fin
llamaron de Londres y con gran alarma confirmaron que el cuadro era una copia,
magnifica, difícil de apreciar, pero que así era.
Pidió
que le localizaran a lady Walpope y al cabo de unas horas le dijeron que
llevaba muerta un par de años. No tenía herederos, todo había quedado en una
fundación para mantenimiento del museo y la colección.
No
encajaba, seguían piezas sin colocar. Ahora empezarían los líos de
aseguradoras, detectives buscando el cuadro y él fuera de todo ello. Era como
si hubiera llegado algo inadecuado a su vida y a su comisaría. Caso cerrado.
Después
de dos años, una mañana que salía del centro dónde estaba ingresada su mujer,
Briones apareció sin resuello.
Sandoval
sacó un tarjetón arrugado del bolsillo y se lo dio a su ayudante.
(C) Cristina Vázquez Salinero
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