Era una noche oscura
propicia para fantasmas cuando aquel ladrón de poca monta se dispuso a comenzar
su jornada laboral.
Claudia y Hugo tras unas
horas estrepitosas de pasión dormían a pierna suelta. Aquél Leo, de veintinueve años, en verdad,
había estado a la altura de lo que su signo pronosticaba: fiero como pocos,
apasionado, dinámico, temperamental. Ya lo decía el Zodíaco que su signo opuesto es acuario, por eso nada tenía que ver con aquel Berto del mes de febrero. A Leo le regía el Sol y su elemento Fuego hacía que fuera, incluso, flamígero.
Ignacio -así se llamaba el ladrón- con no poco esfuerzo había
logrado abrir la ventana que le iba a permitir colarse en aquel estudio. El haz
de su pequeña linterna mostró la ropa desperdigada por el suelo, el fregadero
hasta arriba de platos, la tenue capa de polvo en la estantería. ¡Qué asco!
Todo indicaba lo poco amante de la limpieza de quien vivía en ella.
Era imposible robar con
aquel reguero. Encendió la luz para no gastar las pilas, se subió las mangas de
la camisa y enjuagando uno por uno los platos los fue colocando en el
lavavajillas. Separó la ropa blanca de la de color, tendría que hacer dos
lavadas. Con el tambor lleno comenzó a buscar el detergente…
La soñolienta voz de
Claudia le interrumpió: -¿Me
preparas un café bien fuerte, por favor?
© Marieta Alonso Más
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