Retrato de un dirigente de la dinastía Qing en una silla de ruedas. |
−¿Cómo está usted? ¿Ha
dormido bien?
El hombre a quien
preguntaba, ayudaba a levantarse y a vestirse era un anciano que, arrastraba
cuarenta y cinco años en cada pierna.
A las once de la mañana y a
las cinco en punto de la tarde bajaban a dar un corto pero agradable paseo, don
Mauricio el que fuera farmacéutico del barrio, y Delia la mujer ecuatoriana que
casi no podía con él a pesar de ser tan delgado. Iba en su silla de ruedas y se
paraba cada dos por tres a conversar con los conocidos. Las escaleras eran el
problema.
Delia le pidió permiso para
traer a su única hija, Margarita, que estaba con sus abuelos y él se lo
concedió.
-¿No quiere traer a su
marido?
-Me abandonó don Mauricio
por una más joven.
-Pero, ¿si usted tiene treinta
años?
-Ya ve.
Margarita resultó ser una adolescente
estudiosa y trabajadora. Unos meses don Mauricio la estuvo analizando, hasta
que por fin se brindó a ayudarla hacer sus deberes, mientras Delia se dedicaba
a sus otros quehaceres. A las dos les contaba sus historias y le preguntaba por
sus problemas y sueños.
En su contrato Delia libraba
un día a la semana. Pero desde que le vio decirles adiós con los ojos aguados,
decidió que en sus horas libres le llevaría al cine y de compras con ellas. Como
sabía conducir don Mauricio compró un coche y los fines de semana se iban de
excursión. Hacía muchos años que el pobre boticario no disfrutaba tanto.
Sin hijos, solo un sobrino
que venía a verle una vez al año a pedirle dinero, don Mauricio caviló mucho
para ofertar un matrimonio libre de roces a Delia y adoptar a Margarita. Total, más temprano que tarde él tendría que
ir a una Residencia o a otro lugar aún más lúgubre, y deseaba que le recordaran
con un poco de cariño.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario