martes, 1 de agosto de 2017

Amantes de mis cuentos: Ni caído del cielo

Retrato de un dirigente de la dinastía Qing
en una silla de ruedas. 




−¿Cómo está usted? ¿Ha dormido bien?

El hombre a quien preguntaba, ayudaba a levantarse y a vestirse era un anciano que, arrastraba cuarenta y cinco años en cada pierna.

A las once de la mañana y a las cinco en punto de la tarde bajaban a dar un corto pero agradable paseo, don Mauricio el que fuera farmacéutico del barrio, y Delia la mujer ecuatoriana que casi no podía con él a pesar de ser tan delgado. Iba en su silla de ruedas y se paraba cada dos por tres a conversar con los conocidos. Las escaleras eran el problema.

Delia le pidió permiso para traer a su única hija, Margarita, que estaba con sus abuelos y él se lo concedió.

-¿No quiere traer a su marido?

-Me abandonó don Mauricio por una más joven.

-Pero, ¿si usted tiene treinta años?

-Ya ve.

Margarita resultó ser una adolescente estudiosa y trabajadora. Unos meses don Mauricio la estuvo analizando, hasta que por fin se brindó a ayudarla hacer sus deberes, mientras Delia se dedicaba a sus otros quehaceres. A las dos les contaba sus historias y le preguntaba por sus problemas y sueños.

En su contrato Delia libraba un día a la semana. Pero desde que le vio decirles adiós con los ojos aguados, decidió que en sus horas libres le llevaría al cine y de compras con ellas. Como sabía conducir don Mauricio compró un coche y los fines de semana se iban de excursión. Hacía muchos años que el pobre boticario no disfrutaba tanto.

Sin hijos, solo un sobrino que venía a verle una vez al año a pedirle dinero, don Mauricio caviló mucho para ofertar un matrimonio libre de roces a Delia y adoptar a Margarita.  Total, más temprano que tarde él tendría que ir a una Residencia o a otro lugar aún más lúgubre, y deseaba que le recordaran con un poco de cariño.



© Marieta Alonso Más

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