El arma de las letras (Reino de Cordelia) es el cuarto tomo, y último, de una antología de escritos de Manuel Azaña que José Esteban
ha preparado siguiendo un esquema temático, de enorme importancia
pedagógica pues aunque estos escritos pueden conseguirse en sus Obras
Completas, la dificultad de acceder a esa edición, amén del
desconocimiento que sobre Azaña afecta a la mayoría de los españoles,
aconsejan acercarse de las manera más idónea a través de una buena
selección de sus escritos : así, Gentes de mi tiempo, dedicado a figuras del mundo cultural y político contemporáneos del político español, como Unamuno, Benavente, Valle Inclán, Ortega y Gasset o Marcel Proust; A la altura de las circunstancias,
que trata de escritos sobre la guerra civil, de seguro el tomo más
amargo de los cuatro de que consta la antología y que es obra de Isabelo Herreros,
gran especialista en Azaña, y donde se recogen textos que nos hablan de
la crueldad de los sublevados, de los errores que se cometieron en el
bando republicano y de un documento de extrema importancia por lo que
contiene de confesión personal, la carta que dirigió al político
conservador Ángel Ossorio, amigo suyo, y donde le da cuenta de las circunstancias de su salida a Francia y Tierras de España,
escritos sobre los paisajes y los paisanajes de un país que fue
preocupación principal de su manera de pensar, un país del que recoge la
herencia pesimista de la mirada que sobre su devenir tuvo la Generación
del 98 y que la generación de Azaña, la llamada del 14, intentará
cambiar para colocarla a la altura de los tiempos, en consonancia con la
hora europea…
Es esta una selección de
escritos de cierta importancia porque describe a la perfección la
obsesión de Azaña por las figuras españolas del XIX, como si con ese
gesto quisiera dar la razón a la retórica que afectó al bando
nacionalista en plena efervescencia en el guerra civil cuando decían que
querían extirpar de España ese pus liberal al que le gustaba el siglo
XIX con su desgraciado positivismo, su materialismo, su tendencia al
parlamentarismo y la democracia, abandonando la hora mística de nuestro
antiguo pasado imperial y delirios así. En realidad esta selección de
escritos que ha realizado José Esteban demuestra que Azaña recoge la
herencia del 98 y, con mirada lúcida y distante, analiza las entrañas de
la decadencia extrema de un país que apenas dos siglos antes había sido
la mayor potencia imperial del mundo. El libro, además, incluye el
prólogo que Azaña hizo de La Biblia en España, amén de traducirlo, de George Borrow,
uno de los testimonios más exactos de cómo era nuestro país en el siglo
XIX, y que se muestra como guía, es el primer artículo de la antología,
de todos los escritos que el lector se encontrará posteriormente.
Así, Juan Valera; sus amigos del Ateneo de Madrid, del que fue presidente desde junio de 1930; la reseña que hace de Belarmino y Apolonio, de Pérez de Ayala, una narración y un autor que tuvo su importancia en aquellos años y que hoy nadie lee; el magnífico retrato de Ramón del Valle Inclán,
autor al que admiraba sobremanera y del que también se recoge en esta
antología el obituario que dedicó Azaña a la muerte del autor de El ruedo ibérico; cómo no, Cervantes y la particular visión que Azaña da de su Quijote; Joaquín Costa y su concepto de cirujano de hierro, idea muy en boga en su tiempo, el ejemplo más preclaro era el de Benito Mussolini,
y que Azaña detestaba, quizá porque intuía el peligro que para su país
representaba tal consigna, que muchos repetían al modo de un loro
provisto de un altavoz; en fin, Ángel Ganivet y su Idearium, al que Azaña critica con lucidez mientras incide en una visión nueva de la rebelión de los Comuneros de Castilla contra el Emperador Carlos…
Pero lo más interesante
del libro es el de demostrar en cierta manera que, lejos de ser el
escritor frustrado que por deberes a la Patria se mete en política,
concepto muy en boga en muchos años y que Hugh Thomas avala en su magnífica La guerra civil española, Azaña fue “un político que pensaba y escribía”, en feliz frase de Santos Juliá
y que José Esteban avala en el prólogo que escribe para este libro
donde llega a comparar los análisis históricos de Azaña a los de
historiadores como José Antonio Maravall o Rafael Altamira…
Escribe José Esteban en el
prólogo: “Hemos cumplido, pues, nuestros objetivos y, al menos, o en
gran parte, los fines propuestos. Creemos haber acercado a un más amplio
público sus escritos y los hemos sacado de las manos de los
especialistas”
De eso se trata.
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