Las primeras noticias sobre
las ensaladas se remontan al año 600 a.C., en Persia. A los egipcios le
chiflaban allá por el período tardío, eso parece ser cierto porque Alejandro
Magno se habituó a tomarlas, y como buen rey de Macedonia y señor de Asia, ordenó
cultivar lechugas en Grecia, como alimento y uso medicinal. Los romanos no se
iban a quedar atrás y tomaron buena nota de ellas.
Tras 2621 años de historia, si
es que he hecho bien la cuenta, mi amiga Teresa trajo su Ensalada Mediterránea
a mi mesa.
Esta amiga tiene un don
especial para ponerse flores y dijo muy convencida que no era fácil hacer una
buena ensalada, que quien tenía esa habilidad era llamado maestro cocinero. Y
añadió que la principal virtud de la ensalada era avivar el apetito, ¡cómo si
nos hiciera falta!, y que en vez de lechuga la suya tenía canónigos, no
confundir con los religiosos, los suyos eran vegetal de hoja verde que ayuda a
la salud de los ojos y además diurético.
Explicó que una ensalada
puede llevar lo que le eches: carne, huevo, verdura, queso, fruta, pasta,
legumbres, hortalizas…, y con el tiempo llegan a tener nombre propio, como
César, Campera, Waldorf, Tabulé… Nos confirmó que había miles de ellas.
Esta es la receta: Ingredientes:
Canónigos
Rábanos
Cebolla
Aceitunas sin hueso (verdes y
negras)
100 gramos de queso feta (leche
de cabra cuajada que se cura en salmuera)
Garbanzos cocidos
4 nueces picadas
Anchoas al gusto
Vinagreta de miel:
100 mililitros de aceite de
oliva virgen
2 cucharadas de vinagre
balsámico de Módena
1 cucharada de miel
Batir estos tres ingredientes
con el tenedor.
Preparación:
En una fuente poner los todos
los ingredientes y mezclarlos con la vinagreta de miel. Adornar con las nueces.
Ya me
diréis
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